El gobierno nacional y la ciudad de Buenos Aires organizaron un operativo de seguridad conjunto para el velatorio de Diego.
Por Jaime Rosemberg para La Nación.
Giannina Maradona mira fijamente el féretro cerrado de la mano de su pareja, muy cerca de Claudia Villafañe, su madre, que tiene un rosario que acaba de hacerle llegar el Papa Francisco. Ambas levantan la vista y asienten ante cada grito de «Diego, Diego», cada aplauso y cada lágrima de los hinchas que llegaron a la Casa Rosada para despedir al ídolo, en su inmensa mayoría, jóvenes menores de treinta años, con remeras de Boca Juniors y de la selección nacional, dos de los emblemas que defendiera el astro durante su extensa y exitosa carrera. «Te fuiste cumpliendo todos tus sueños», rezaba la bandera argentina con la cara de Diego Maradona que una veintena de familiares y allegados pudieron observar desde temprano.
Ubicadas en sillas laterales al féretro para no ser tomadas por las cámaras oficiales, la exmujer y la hija mayor de Maradona estuvieron sin pausas en el último adiós organizado por el Gobierno en la planta baja del edificio. La situación era paradójica: mientras dentro de la Casa de Gobierno todo transcurría en relativa calma, la Plaza de Mayo y el acceso al velatorio público fue escenario de golpes, empujones, aglomeraciones y nula distancia social, más allá del operativo conjunto del Gobierno y la administración porteña, diseñado de madrugada y de manera veloz a tono con la magnitud del acontecimiento.
Ahora, un desafío central para los organizadores será cumplir con el horario previsto para el cierre de las puertas. La familia pidió que el velatorio terminara a las 16.
En principio, desde Presidencia coordinaron el operativo de seguridad, encabezado por la policía porteña con apoyo de la Policía Federal y Gendarmería. Sin dar cifras de efectivos, desde la Ciudad comentaron que participa «personal de calle, de Orden Urbano y personal de brigadas». Eran cientos y se les sumaron también efectivos de la PSA.
El Ministerio de Defensa aportó siete postas sanitarias en el sendero vallado, con el objetivo de brindar asistencia médica a quienes hicieron cola durante la noche y lograron comenzar a ingresar minutos después de las 6.
Además de cortar la circulación en un perímetro de diez cuadras -desde Corrientes hasta Carlos Pellegrini, y desde Rivadavia hasta Belgrano-, el operativo incluyó cuatro postas de protección civil. Poco sirvieron los recaudos con la llegada de «la 12» -la barrabrava boquense-, que provocó incidentes menores más allá de las previsiones. El ingreso también estuvo bien diferenciados: mientras el público en general ingresaba por el portón de Balcarce 50 directo hacia el hall (previo rociado obligatorio con alcohol en gel), funcionarios e invitados especiales lo hicieron por la explanada de la calle Rivadavia. Una decena de oficiales de Casa Militar custodiaba el pasillo y la reja que separaba al féretro de los manifestantes, mientras en la plaza de Mayo unos 500 militantes del Movimiento Evita colaboraban con las fuerzas de seguridad para tratar de evitar el desmadre. El celo con quienes entraban a ver a Maradona era total: aquellos que sacaban fotos con su celular al féretro eran obligados a borrar la instantánea antes de retirarse.
Con el correr de las horas la situación fuera de la Casa Rosada se fue normalizando, aunque la fila de simpatizantes siguió extendiéndose hasta la avenida 9 de julio como al principio.
Para la prensa, las limitaciones fueron concretas: mientras se acreditaron 840 periodistas para cubrir el velatorio, los acreditados en Casa Rosada debieron seguir las alternativas del velorio desde la sala de prensa, ubicada arriba del espacio destinado a la capilla ardiente.
Mientras tanto, los pocos funcionarios presentes a primera hora afirmaban que fue la familia la que definió la duración del velatorio, tomó la decisión de velar a Maradona a cajón cerrado y preparó la lista de invitados, que incluyó en horas de la madrugada a figuras del futbol como Javier Mascherano u Oscar Ruggieri, el conductor televisivo Marcelo Tinelli y el humorista y ex senador Eugenio Nito Artaza. El subsecretario general de Presidencia, Miguel Cuberos, quien acompañara a Maradona durante su última visita a la Casa Rosada, en diciembre pasado, era el encargado de recolectar los obsequios, en los que sobresalía el rosario enviado por el Papa Francisco. A Cuberos y el vocero presidencial Juan Pablo Biondi se sumó, pasadas las 9, el jefe de gabinete Santiago Cafiero, quien también se acercó a saludar a Villafañe, ya acompañada también por su hija Dalma. Para el mediodía está prevista la llegada del presidente Alberto Fernández, desde la quinta de Olivos y luego de una serie de actividades que incluyeron una entrevista con radio Continental.